La incorporación de mujeres al mercado laboral especialmente de quienes somos madres representa una indispensable fuente de ingresos para muchos hogares donde la jefatura es femenina. Sin embargo, la participación laboral femenina se concentra en el sector terciario (comercio, restaurantes, hostelería) y la industria manufacturera que en su mayoría son empleos de baja remuneración.
La tendencia favorable que venía observando la ocupación laboral de las mujeres no ha vuelto a recuperarse desde la pandemia. En el primer trimestre de 2020 la ocupación fue de 45%, y en el primer trimestre del actual registró 40.6%. La destrucción de empleos y el reforzamiento de las tareas de cuidado que trajo consigo la COVID 19, amplió además la brecha en las tasas de empleo femenina y masculina.
El mercado laboral presenta obstáculos insalvables que dificultan el goce de un empleo formal y duradero e ingresos constantes frente a las otras tareas que debemos realizar. La tasa de 56% de informalidad laboral es alta en mujeres, lo que significa que son más las que trabajan sin contrato ni prestaciones que quienes se aseguran empleos estables.
Las mujeres que son cuidadoras principales dedican, en promedio, 39 horas a la semana al trabajo de cuidados, una circunstancia que explica por qué optan por empleos con horarios flexibles o a tiempo parcial, que en la mayoría de los casos están en la informalidad. El trabajo no remunerado (cuidados) y la informalidad laboral son los diques que debemos derribar porque obstruyen la autonomía económica de las mujeres.
La población femenina de 15 años y más que somos madres es de 38.4 millones, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) de diciembre pasado. De ellas, 17.7 millones se encontraban laborando y 20.7 millones se dedicaron al hogar, a estudiar, estaban jubiladas o pensionadas. En México, tres de cada 10 mujeres que son madres son jefas del hogar y su ingreso es fundamental para sostener a sus familias.
Pero la remuneración es muy precaria: casi la mitad de quienes trabajan gana hasta un salario mínimo. Sin ingresos estables y empleo formal, disminuyen las oportunidades de desarrollo personal y profesional y el acceso a satisfactores para ellas y sus hijos, lo que trae como consecuencia natural el aumento de la desigualdad y la pobreza que tiene rostro de mujer. Aquí es donde aparece la disyuntiva: ¿qué debe priorizarse, el cuidado en casa o la obtención de ingresos para el sustento, especialmente en aquellos hogares con jefaturas femeninas?
¿Cómo equilibrar las sobrecargas del trabajo no remunerado, cambiar las condiciones laborales de informalidad del empleo remunerado y las barreras estructurales para la inserción laboral? Podemos avanzar si se promueven políticas públicas de género de forma integral y se impulsan a la par, políticas de inclusión laboral vinculadas con acciones resilientes de cuidado, solo así podrá cerrarse la brecha y lograr justicia.
Aunado a ello, las estadísticas dejan claro cómo la brecha salarial se amplía para las que son madres y esto aumenta con el número de hijos y la edad. No podemos seguir ante una sociedad que te felicita el día de las madres pero que castiga económicamente la maternidad.
Fuente: elsoldemexico.com.mx