Del fin del neoliberalismo al vacío de lo que sigue

No será fácil. Somos altamente dependientes en sectores estratégicos como la energía, la industria electrónica y la automotriz. Pero seguir haciendo lo mismo esperando resultados diferentes, como decía Einstein, es locura.

Con el riesgo de caer en lo obvio, estamos al filo del fin de una era. El modelo que definió al mundo tras la caída del Muro de Berlín –el neoliberalismo globalizado– muestra hoy señales claras de agotamiento. Inaugurado con el Consenso de Washington, la exaltación del libre comercio y la fe ciega en los mercados, prometía un mundo de paz kantiana, diversidad cultural y armonía democrática.

Fukuyama lo bautizó como «El Fin de la Historia», anunciando un nuevo orden inevitable de crecimiento y prosperidad para todos.  
Casi 25 años después, ese orden se desmorona, y no solo por las críticas intelectuales, sino por el descontento social que ha dado lugar a populismos de derecha e izquierda. Los mercados no cumplieron sus promesas. La globalización benefició a muchos, sí, pero marginó a millones. El capital fluyó hacia donde la mano de obra era más barata –China, India, México– y en el proceso, destruyó empleos industriales bien remunerados en el norte global. El costo de sacar a China y muchos otros países de la pobreza lo pagaron también los sectores trabajadores del mundo desarrollado.

La desigualdad ha aumentado de forma obscena. Los beneficios del crecimiento económico se concentraron en unos pocos, mientras que la narrativa meritocrática se volvió cada vez más hueca. Hoy vemos a una potencia hegemónica –Estados Unidos– en franca decadencia, a una emergente –China– que no logra construir consensos, y a una Rusia que juega al desorden para conservar su influencia.  

En este contexto, el regreso a un mundo mercantilista, de bloques, aranceles y nacionalismos disfrazados de “seguridad económica”, plantea un desafío enorme para México. Durante tres décadas dimos por sentado nuestro acceso privilegiado al mercado estadounidense. Los gobiernos neoliberales –y paradójicamente también el de la llamada 4T– confiaron en que las inversiones extranjeras y las exportaciones definirían nuestro desarrollo. Mientras tanto, el mercado interno, las pequeñas empresas, la ciencia y la innovación fueron abandonadas a su suerte.  

AMLO, el líder del anti-neoliberalismo, sostuvo un discurso crítico mientras defendía con firmeza el T-MEC. Hoy, frente al regreso del proteccionismo chantajista de Trump, México tiene la oportunidad (y la necesidad) de hacer lo que durante años solo dijo que haría: atender la desigualdad fortaleciendo el mercado interno y no solo el de exportación, diversificar sus relaciones económicas, fortalecer su mercado interno y apostar por América Latina.  El llamado “Plan México” apenas esboza lo que necesitamos: una verdadera política industrial que nos permita transitar hacia una economía menos dependiente de factores externos. Para ello hace falta algo que aún no tenemos: políticas públicas robustas; visión de largo plazo, no improvisación electoral.

No será fácil. Somos altamente dependientes en sectores estratégicos como la energía, la industria electrónica y la automotriz. Pero seguir haciendo lo mismo esperando resultados diferentes, como decía Einstein, es locura. Y el momento para corregir el rumbo es ahora. Porque si esta es, en efecto, el fin de una era, no podemos permitir que lo que venga después nos encuentre sin proyecto, sin rumbo… y sin brújula.

Fuente: heraldodemexico.com.mx

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