Chulosio, Sexylia y el colchón

Por: Cecilia Soto González

La fuente de la violencia política en razón de género proviene de la creencia de que el ejercicio del poder pertenece exclusivamente a los hombres, que éste es y debe ser monopolio del patriarcado y que, si llega una mujer a ejercer alguna responsabilidad importante, debe ser en calidad de Juanita: apenas un instrumento del verdadero dueño del poder. Esta idea lo impregna todo, literalmente como el aire que respiramos y es un reflejo condicionado en la mayoría de los hombres y muchas, demasiadas mujeres. Ellos y ellas creen explícita o subliminalmente que las mujeres no están para mandar, por el contrario, nacieron para obedecer. Esta visión del orden de las cosas en el mundo se va adquiriendo poco a poco desde antes del nacimiento; desde la ropita rosa para las niñas y el severo azul para los niños. Desde el orgullo de tener un hijo varón y la decepción pública o secreta de que la primogénita sea niña. Desde el hecho de que las mujeres no tengamos apellidos propios y todos, los dos del padre y la madre, los cuatro de los abuelos, los ocho de los bisabuelos o los dieciséis de los tatarabuelos, todos son, en realidad, apellidos paternos.

Y de ahí para adelante, cada peldaño en el desarrollo de niños y niñas va reforzando la propuesta de ciertos roles y formas obligatorias de vivir la vida para las mujeres y otras para los hombres. Se refuerza también la percepción de subordinación de las mujeres con nuestra ausencia en posiciones de toma de decisiones importantes. Las imágenes de las salas de juntas, de los liderazgos de los partidos, de los sindicatos, de los organismos empresariales sólo con hombres. Pero se trata de una visión adquirida social y culturalmente y, por tanto, no está grabada en el ADN de niños y niñas. Reformar la sociedad para que acepte la premisa de la igualdad, introducir cambios como la obligación de la paridad, crecer en un hogar o ambiente igualitario en el que no hay roles preestablecidos y, por el contrario, hay la libertad de ser lo que se quiera y pueda. Igualdad es la revolucionaria consigna feminista que desde hace un siglo ha venido debilitando los cimientos del machismo y del patriarcado hasta convertirse en un tsunami imparable. Y viene la reacción ante ese desafío. Es decir, la práctica de la violencia política en razón de género es, antes que nada, una expresión reaccionaria, una herramienta profundamente conservadora precisamente porque quiere conservar lo practicado por siglos.

El uso desafortunado de la expresión “aguantar vara” por parte de la directora del Instituto Nacional de las Mujeres, Nadine Gasman, al intentar comunicar que no toda referencia negativa a la presencia de las mujeres en la política es violencia política en razón de género hizo aflorar este debate. La expresión se ha venido utilizando en el lenguaje cotidiano como sinónimo de resistencia o “aguante” ante situaciones difíciles, pero en realidad tiene su origen en el mundo taurino con otro sentido. El toro que reacciona con furia al hostigamiento con varas demuestra que será un toro bravo para la lidia.

Van algunos ejemplos de cómo el machismo lo tiñe todo. Durante la campaña presidencial de 1994, a Luis Donaldo Colosio, muy apuesto y con una hermosa voz de barítono, las mujeres le decían Chulosio. A mí me decían Sexycilia. A la gente le extrañaba que el adjetivo me enfureciera: debía aceptarlo como un piropo. Pero mientras que el Chulosio subrayaba una más de las razones para votar por mi paisano, lo supuestamente sexy no me hacía más presidenciable, al revés.

Lo mismo puede decirse del caso de Enrique Peña Nieto. “Enrique, bombón, te quiero en mi colchón” y las muchas historias de su éxito entre las mujeres agregaban razones para votar por EPN. ¿Y el trato para Josefina Vázquez Mota? Plantarle en el primer debate una modelo con un escote kilométrico y curvas más pronunciadas que las de la carretera a Cuernavaca para contrastar con la apariencia discreta de la candidata panista, para no hablar de la violencia sistemática que se ejerció contra ella.

Pero veamos esas diferencias en el ejemplo de las menciones repetidas y obsesivas del Presidente contra Claudio X. González y contra Xóchitl Gálvez. ¿Ataca a Claudio? Me parece que no tanto. Al describirlo como el poder detrás de todo ataque contra su gobierno subraya como natural el éxito económico y el poderío en un hombre. Cuando lo señala como el verdadero poder detrás de ese huracán que se llama Xóchitl Gálvez, el Presidente refuerza la percepción de los hombres como todopoderosos y las mujeres como dependientes y manipulables, incapaces de alcanzar el éxito económico de forma independiente, sin duda, violencia política en razón de género. El Presidente, reaccionario y ultraconservador, no soporta la imagen de una mujer exitosa, autónoma y que lo desafía no como un toro bravío, sino con humor e inteligencia. Y en 2024, con humor e inteligencia y los votos de millones de mujeres le ganaremos al patriarcado instalado en Palacio Nacional.

Fuente: excelsior.com.mx

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