Por: Sarai Aguilar
No importa si las hogueras son conservadoras o wokes, al final queman por igual. Eso parece estar viviendo en carne propia la ahora exrectora de Harvard.
Claudine Gay es hija de inmigrantes haitianos, la primera dirigente negra de la universidad y la segunda mujer en ocupar ese cargo.
Cuando Gay asumió el cargo, ella esperaba que su presencia sería de utilidad en abrir puertas. “Como mujer de color, como hija de inmigrantes, si mi presencia en este cargo afirma el sentido de pertenencia de alguien a Harvard, es un gran honor”, dijo en un video anunciando su nombramiento.
Su perfil era el ejemplo en carne viva del sueño del feminismo interseccional: mujer, negra e inmigrante.
Pero sus credenciales académicas fueron criticadas desde un inicio, y posteriormente sus posturas tibias ante las manifestaciones antisemitas respecto a la guerra en el Medio Oriente la llevarían a su propio holocausto donde sirvieron como brasas de nuevo sus antecedentes académicos.
Todo ardió en una audiencia en la Cámara sobre el antisemitismo universitario donde Gay, junto con los rectores de la Universidad de Pensilvania y el Instituto Tecnológico de Massachusetts, testificaron ante representantes sobre los prejuicios antijudíos en sus campus tras la invasión a Gaza. Esta audiencia fue tras semanas de conflictos en Harvard específicamente, donde alumnos publicaron una carta apoyando a Palestina, otros los “doxearon” y de ambos lados se sintieron desamparados por la administración.
“¿Llamar al genocidio de judíos viola las reglas de intimidación y acoso de Harvard? ¿Sí o no?»
Tras ese cuestionamiento de la representante republicana Elise Stefanik de Nueva York, Gay respondió: «Puede serlo, dependiendo del contexto». Y añadió: “La retórica antisemita, cuando se convierte en conducta que equivale a intimidación, acoso, es una conducta procesable, y tomamos medidas”.
¿Existen contextos para justificar un genocidio o siquiera amenazar con ello? ¡No! Es obvio que la académica se enfrentaba a la disonancia de lo que era correcto en la realidad a las contradicciones de la corrección política. El progresismo llamaba a apoyar a Palestina en la guerra, pero el sentido común a no apoyar ninguna insinuación genocida. Es claro que ante la embestida y el ojo público, el terror de fallar a sus bases progresistas la llevaron a elaborar esa rebuscada respuesta que marcó el inicio de su fin.
Lo demás es historia. Señalamientos no muy claros de plagios y denuncias anónimas llevaron a la renuncia. Gay alegó que lo hacía debido a unas “tensiones y divisiones” que han “debilitado los vínculos de confianza y reciprocidad” en la comunidad universitaria, a las “dudas” sobre su compromiso contra el odio y su respeto al rigor escolar, y se declaró “asustada” por ataques personales “alimentados por animadversión racial”.
No obstante olvidó algo. También llegó apoyada por el programa DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión) diseñado para hacer justicia social. La duda no es si la justicia social es válida, sino si las cuotas son válidas o la raza o género agregan habilidades curriculares. Los excesos siempre terminan mal y los extremos terminan por tocarse. Ni ultras conservadores deben imponer sus dogmas y coartar el conocimiento ni ultra progresistas demeritar la meritocracia por corrección.
Y Harvard demostró que en todos lados se cuecen habas.
Fuente: milenio.com