Igualdad Sustantiva y Garantías de Seguridad Social para las Mujeres

En el marco del Día Internacional de las Mujeres, entre las muchas preocupaciones y temas pendientes en su agenda se encuentran la igualdad sustantiva y las garantías de seguridad social. En apariencia como muchos otros derechos, éstos parecen derechos conquistados, pero nada más falso y ficticio.

Falso por el escaso número de mujeres que acceden a estos derechos y ficticio porque, bajo ninguna circunstancia, se pueden conformar con decir que hoy hay una pensión para adultos mayores. Planteo la presente reflexión desde cinco sencillos apartados que, si bien muchos son de índole jurídico, los hechos y la observación arrojan la información real.

Es necesario y honesto hablar de tres avances en fechas recientes en la legislación, como la Reforma del 10 de junio del 2011 en materia de Derechos Humanos y no Discriminación, hablar de la 3 de 3 contra la violencia, que tiene la pretensión de dejar fuera de la esfera de la administración pública y de la materia político electoral a quienes por sentencia que cause ejecutoria y estén acusados de violencia sexual, violencia familiar o sean deudores alimentarios. Otro avance fundamental es el arquetipo en violencia política contra las mujeres en razón de género.

Avances legislativos, que no van aparejados de la igualdad de derechos al hablar de desarrollo para las mujeres de vivir libres de cualquier tipo de violencia en todas las esferas donde se mueven, sean privadas y públicas. Es común que, sin análisis alguno, se acechen desde el lenguaje cotidiano y, como si se tratara de competencias y rivalidades, se denostan frases cotidianas como “los hombres también viven violencia”. Y sí, ni siquiera se discute, el punto central es que las mujeres viven violencias y discriminación por ser mujeres, es decir, el ataque frontal es intrínseco a su condición de mujeres, lo que resulta en desigualdades, injusticias y en realidades intolerables fundadas inicialmente en prejuicios y concretadas en hechos desafortunados.

Otra reflexión es que, para lograr avanzar, se hace necesario segmentar los diferentes tipos de mujeres en virtud de las necesidades que las mismas presentan, qué avances generados han vivido, para no generar retrocesos. En estas líneas se centra la atención en aquellas mujeres que lograron ser en su momento un porcentaje importante en la matrícula educativa. Mencionando que, sin duda, la educación es el gran parteaguas, siendo uno de los motores fundamentales del desarrollo y, desde luego ha sido contundente en las metas alcanzadas por muchas mujeres y sociedades respecto de los derechos humanos de las mujeres.

Si bien, para los años cincuenta, la matrícula era muy baja, para los ochentas y noventas casi se igualó frente al número de varones, pero el retroceso en la pandemia es alarmante, por lo que esta lucha continúa. A título personal, me llama la atención sobremanera cómo México logró un avance importante en el derecho a la educación de mujeres en niveles no nada más básicos, sino en la educación media superior y en niveles universitarios. Lo que necesariamente nos debiera dar como resultado un número importante de mujeres que, en virtud de haber sido escolarizadas, pudieran haberse incorporado a la actividad laboral y, por ello, conquistar la igualdad sustantiva en sus garantías de seguridad social, pero no es así. Por el contrario, muchas de estas mujeres están enfiladas para la pobreza y la pobreza extrema si no se toman acciones que aún pueden revertir estas tendencias perversas e invisibles a los ojos de la sociedad y, tan normalizadas que se han aceptado como un simple destino y no, yo al menos no lo acepto. ONU Mujeres ha pronosticado esta pobreza desde años atrás y de ahí la importancia en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

Esta reflexión, que de hecho pudiera considerarse una hipótesis a desarrollar, es una fractura importantísima en el desarrollo de las mujeres de todas las edades. Precisamente la segmentación de los grupos generacionales y poblacionales de las mujeres tiene un objetivo concreto: las nuevas generaciones no tienen porqué pagar los costos de la marginación en el desarrollo de las mujeres que les han antecedido, que se refleja en el número de aquellas escolarizadas, que no encontraron el desarrollo laboral y hoy carecen de garantías de seguridad social para enfrentar la vida en la madurez y de no tomarse acciones lo será en su ancianidad y con destinos desafortunados.

Un problema grave que no encuentra ni aceptación y menos entendimiento, cuando se habla de Lupita, por ejemplo, una estudiante de Universidad que, posterior a terminar sus estudios, no encontró las condiciones laborales y se las arregló poco a poco para medianamente pasarla, pero que, al llegar a la edad madura y casi por enfrentar la ancianidad, resulta que carece de cualquier garantía de seguridad social y hoy enfrenta precariedad en su diario vivir.

Los títulos universitarios, más que ser motivo de orgullo y de progreso en varias generaciones, se han vuelto en la más contundente evidencia de un Estado que ha fracasado en su compromiso para con las mujeres. Las mujeres egresadas de la universidad, que al cabo de una vida de servicio, que llegan a los 60 años en el 2024, en muchos casos no contaron con la continuidad de acceso a la educación, a la salud, a una vivienda digna y propia, con seguridad al caminar en las calles y con un hábitat que les brinde aunque sea la oportunidad de acceder a su canasta básica y a una de hortalizas que les dé sostenibilidad y autosustentación. Resulta injusto, pero muy injusto, decirles que esperen cinco años y vayan a las filas de la pensión de las y los adultos mayores, que hoy se otorga a partir de los 65 años.

Pensar en oportunidades laborales a tal edad es hablar de discriminación. La última idea es el motivo para considerar que son generaciones sometidas a serias discriminaciones tanto en lo educativo como en lo laboral. Generaciones de mujeres de las que se mofaron diciéndoles que asistieron a la Universidad mientras se casaban, generaciones que tenían que conformarse con un único proyecto de vida impuesto y, peor aún, aceptado socialmente, al grado de escucharse en las aulas universitarias que “el que una mujer ocupara un pupitre era quitarle el trabajo a un jefe de familia”. Y si una mujer no deseaba casarse, o si se casaba y se divorciaba, o si una vez casada quedaba viuda, o el esposo enfermaba, se le sometía a serias discriminaciones, de las que es claro que muchos varones no escapan, pero ése no es el tema. El divorcio regulado, aunque poco utilizado, considerado una excepción, se volvió regla y necesidad, pero no para que la mujer estuviera mejor, sino para evidenciar profesiones truncadas y la necesidad ante la violencia familiar en aumento y el feminicidio.

Hay generaciones profundamente arraigadas en dependencias familiares, mujeres que conocieron las mieles de los estudios universitarios y, al paso de los años, debieran conformarse con que, si bien les iba, un día al morir, su padre y madre o marido podrían disponer de una herencia, entendiendo que son pocas las que podrían haberse creído tal falsedad. Sin embargo, han sido dependencias arraigadas en la cultura, que necesariamente acabaron por introyectarse en lo psicoemocional, en lo familiar y en lo social. Son dependencias indignas, que dan cuenta de la “autonomía cero” para las mujeres.

Una “autonomía” o muchas “autonomías” son fundamentales para el desarrollo de las mujeres y de las niñas. Hoy es obligado decirle a las jóvenes dos cosas fundamentales: la primera es que sus títulos universitarios tienen un para qué, y la segunda es que no tienen porqué aceptar que se les hereden deudas que no les corresponden, y más cuando son de un Estado y una sociedad que permanentemente negó el desarrollo y las oportunidades a las mujeres.

Concluyo estas breves reflexiones con soluciones que pueden ser aún viables y con practicidad, encaminadas a que no se rompan los órdenes generacionales y, se les inserten a estas mujeres, o al menos a las más posibles, en los espacios que les corresponden.

  1. Las familias deben alentar a las mujeres en sus proyectos personales, en su salud, en los círculos sociales y deben fomentar buenos tratos, es decir, se requieren toneladas de ayuda comunitaria; buena alimentación, salud, deporte y cultura.
  2. Las universidades, a través de sus primeras generaciones de egresadas, pueden reactivar el talento de sus egresadas buscándolas, alentándolas, haciendo foros que promuevan y entiendan esta falla estructural del Estado y la sociedad, es decir, de la cultura.
  3. Las empresas aún pueden contratar a mujeres mayores de 50 años que tengan oportunidad de trabajar de 10 a 15 años para acceder a garantías de seguridad social, que eviten que caigan en pobreza y pobreza extrema. Mandar a las generaciones de las mujeres maduras y de la tercera edad a embolsar los mandados en los súper mercados es alternativa, pero es cuestionable si es la mejor o la única.
  4. La política pública para el desarrollo de las mujeres continúa siendo fundamental.
  5. El autoempleo, el emprendimiento, el acceso a créditos sociales y bancarios con tasas preferenciales son una necesidad.

Estoy segura de que si se respetan los cauces generacionales, las jóvenes tienen muchas más posibilidades de una realidad y de un futuro promisorio. Deseo igualdad de derechos, igualdad sustantiva y garantías de seguridad social para todas las mujeres, es lo justo.

Fuente: librosyrevistascuej.com

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