La mujer y la guerra

Recuerdo bien el inicio de la guerra. Estábamos en casa de mis padres, mi esposo, mis dos hijos y yo, pensando que estaríamos más seguros allí. Mi hijo de cuatro años me dijo que tenía miedo y que quería que me quedara con él a dormir. A las cinco de la mañana, el estruendo ensordecedor de una bomba rompió el silencio de la noche. Abrí los ojos y me encontré con los de mi hijo, llenos de temor, buscando protección en los míos. ¿Cómo podría proteger lo más preciado de mi vida de la devastación de la guerra?

Esto me compartió Olga en mi visita a Ucrania el pasado mes de octubre y resonó profundamente en mi corazón de madre. Me hizo pensar, ¿cómo viven las mujeres en medio del caos y la incertidumbre de la guerra?

Este mes conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, ayer 8 de marzo, un momento para reflexionar sobre la histórica aprobación, hace 24 años, de la resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la ONU sobre mujeres, paz y seguridad, que permitió el reconocimiento del impacto desproporcionado y singular que tienen las guerras sobre mujeres y niñas, y el papel clave de las mujeres en la prevención y resolución de conflictos. A partir de dicha resolución, la ONU ha lanzado un programa que tiene tres objetivos claros. El primero es condenar la utilización de la violación como arma de guerra, el segundo atender las condiciones específicas de las mujeres en su condición de refugiadas y el tercero incluir a las mujeres en la construcción y consolidación de la paz. Sin embargo, la realidad es implacable. Los crecientes conflictos bélicos que se viven en el mundo nos recuerdan la enorme tarea pendiente que tenemos en esta agenda. 

Aún en el siglo XXI, las violaciones continúan siendo utilizadas como armas de guerra, dejando un rastro de dolor y sufrimiento en su estela. Si bien en Ucrania, Siria, Gaza, o incluso en los ataques de Hamas a Israel, no se ha documentado la existencia de «campos de violación» como los que hubo en su momento en la guerra en Bosnia (1992-1995), sí se siguen registrando violaciones. Si estas no son en campos, sino en casas o en calles, es lo de menos; el ultraje es el mismo. El problema es que la mayor parte de estos actos solo pueden reportarse e investigarse una vez que cesan los combates en una zona. De acuerdo con un reporte de Human Rights Watch, miembros del ejército ruso llevaron a cabo violaciones sexuales durante los meses iniciales de la guerra en Ucrania en las zonas ocupadas de Kharkiv y Chernihiv y en los alrededores de Kiev. Mientras que un informe de la ONU, publicado el pasado lunes, reconoció que hay información “clara y convincente” de la violencia sexual ocurrida durante los ataques de Hamas a Israel el pasado 7 de octubre. Tristemente, en otras zonas de guerra la verdad saldrá a la luz solamente cuando haya cierta paz. 

A pesar de que la gran mayoría de las personas desplazadas por las guerras son mujeres y niños, el sufrimiento de las mujeres refugiadas es otro capítulo oscuro en esta historia. Un estudio realizado en 2023 por la ONG Plan Internacional Francia reveló que una de cada cuatro refugiadas ucranianas sufrió violencia sexual o física tras huir de su país, evidenciando el gran déficit en la atención a su condición.

En relación con el tercer objetivo de la ONU, menos del 10% de los integrantes de las mesas de negociación de paz son mujeres. La visión patriarcal impide que se considere a las mujeres para tareas de tanta importancia para la humanidad. Además, los principales tomadores de decisiones en los conflictos bélicos actuales son casi exclusivamente hombres. Obviando la ausencia del género femenino en el liderazgo de un grupo yihadista como Hamas, encontramos a líderes como Putin, Zelensky, Biden, Netanyahu, Macron, Scholz, Rishi Sunak, Mohammed bin Salman, al-Sisi, Serguei Lavrov, Anthony Blinken, y otros más, con posiblemente la única excepción de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Las tareas pendientes respecto a la mujer y la guerra son enormes, porque hay que agregar que los conflictos bélicos exacerban las desigualdades preexistentes y los estereotipos sexistas, mientras que refuerzan las percepciones militarizadas de la masculinidad. 

Las violencias sexistas y sexuales no conocen tregua en el contexto de guerra y nos toca reconocerlo y trabajar para que eso cambie. 

Que estas líneas sean un reconocimiento a Olga y a todas aquellas mujeres que hoy viven en carne propia el horror de un conflicto armado. 

Fuente: opinion51.com

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