En esta cultura patriarcal, desde el nacimiento de una niña se le van adjudicando roles y estereotipos por el hecho de haber nacido de sexo femenino. Se le ponen moños, vestidos rosas, todo para que parezca dulce, obediente y frágil.
Todo lo anterior no tendría mayor impacto si no fuese “in crescendo” a lo largo de la vida. De los moños se pasa a siempre estar al pelo largo bien peinado, aunque eso implique a veces dolor e incomodidad; a cerrar las piernas siempre que se siente cuando trae falda o vestido, a demostrar cortesía rayana en acato y sumisión, en estar pendiente del bienestar y cuidado de otros y una serie de etcéteras que van moldeando a la persona a responder a expectativas sociales por el simple hecho de ser mujer.
Por supuesto, a los niños también se les van internalizando creencias y comportamientos que le harán “hombre”, y si se alejan de éstos se les estigmatiza como “poco hombre”; sin embargo, hoy me referiré a un síndrome acuñado por la psicoterapeuta Beverly Engel en su obra “Nice Girl Syndrome”, mucho más frecuente en mujeres, y que denominó “síndrome de la niña buena”.
Muchas de estas niñas, y luego mujeres, crecen bajo creencias misóginas que relacionan su valor y el de otras mujeres en relación con la belleza, el éxito y el comportamiento, anteponiendo los intereses, necesidades y deseos de otras personas a las propias.
Es agotador para estas personas tratar de cumplir con el paradójico doble vínculo que la sociedad exige, pues por un lado se espera de ellas que sean agradables, sumisas y complacientes y por el otro, independientes, exitosas y empoderadas. La presión por estar a la altura de dichas expectativas puede llevar a ansiedad, confusión, depresión, estrés crónico y sentimientos de culpa y vergüenza, pues es prácticamente imposible cumplir con objetivos tan opuestos.
Las mujeres con síndrome de niña buena tienen dificultad para establecer límites saludables y, especialmente, en anteponer sus propios sueños, necesidades y deseos, en aras de relaciones equitativas, saludables y, primordialmente, beneficiosas y felices para ellas.
¿Te preguntas si tú puedes padecer de este síndrome? Aquí algunas características: socialización de género, aprenden a conducirse amables y complacientes y nunca ser percibidas como “inapropiadas” o “agresivas”; perfeccionismo, se auto y sobre exigen constantemente desde el desempeño escolar hasta la apariencia personal; evitación del conflicto, pues a fin de mantener la armonía evitan expresar sus opiniones y generar confrontación; autoestima condicionada, tienen una autovaloración fundada en la valoración y aprobación externa en lugar de sus auténtica e interna autovaloración; riesgos de enfermedad mental, como ya se dijo arriba, sufren regularmente de ansiedad, depresión e inclusive de trastornos alimenticios, todo lo que las lleva a relaciones poco saludables y sin límites de (auto) exigencia.
Reconocer que se vive con este síndrome es el primer paso para sanar. Algunas acciones para evolucionar es sin duda buscar apoyo psicoterapéutico para aprender a dejar atrás la culpa y el remordimiento por anteponerse como prioridad.
Así también, practicar pequeños pero firmes pasos de autocuidado y autocompasión, cuestionar los roles que se asumen como “naturales” en virtud del sexo con el que nacimos, educarse, aprender roles nuevos que provean satisfacción por logro, practicar activismo de cambio y, especialmente, aprender a establecer límites saludables que equilibren relaciones autoestima.
Se puede y debe intentar dejar atrás el síndrome de la niña buena para emerger como la mujer plena y feliz que eres y mereces. Nadie puede hacerlo por ti; es tu voluntad y amor propio el conducto, los resultados serán maravillosos; créeme, créete.
Fuente: elsoldetlaxcala.com.mx