Las ciudades que merecemos

La ciudad que anhelamos construir para las niñas y niños es un lugar donde puedan ser libres, sentirse seguros y ejercer su autonomía con confianza. Un espacio que les permita crecer sin miedo, moverse sin obstáculos y descubrir el mundo con curiosidad. ¿Qué significa una ciudad así?
Para empezar, significa que como familias podamos hacer nuestra vida en un radio de 15 minutos desde nuestra casa. Que las escuelas estén lo suficientemente cerca para que puedan caminar o ir en bicicleta sin preocupaciones. Que los parques sean seguros, bien iluminados y tan vibrantes en su vida recreativa que, en lugar de convertirse en espacios abandonados y vulnerables al vandalismo, se transformen en el corazón de una comunidad activa y unida.

En la ciudad a la que tenemos derecho, la señalización es clara y efectiva. No hay dudas sobre quién tiene la preferencia en la vía pública. Los carriles están bien delimitados para peatones, ciclistas y automóviles; la velocidad está regulada y los semáforos funcionan con la precisión de un reloj suizo. Así, la posibilidad de un accidente deja de ser una preocupación constante y se convierte en una eventualidad poco probable. Si las niñas y niños decidieran tomar el transporte público, encontrarían un sistema diseñado con las infancias en mente: con asientos y agarraderas adaptadas a su altura, botones de emergencia accesibles y teléfonos equipados para cualquier eventualidad.

La ciudad que merecemos también está llena de espacios públicos que no solo existen, sino que son activos y vibrantes. Un lugar donde la cultura se encuentra en cada esquina: donde, al ir al supermercado, nos sorprenda una estudiantina tocando en la plaza, o donde los sábados el plan sea ver una película al aire libre en una plaza pública. Un plan que, aunque podríamos replicar en un cine dentro de una exclusiva plaza comercial, preferimos hacer en comunidad, de forma gratuita y con la misma calidad.

Imagino una ciudad arbolada, donde la vegetación cumple una doble función: purificar el aire y mitigar el calor, que también sirva como un bosque didáctico. Un espacio donde, mientras Juan Pablo camina, pueda aprender el nombre de los árboles que lo rodean y descubrir algo nuevo a cada paso. La ciudad que anhelo para mi hijo es una ciudad llena de vida, donde la única limitante para aprender y desarrollarse sea su propia curiosidad. Un lugar donde crecer no signifique adaptarse al caos ni aprender a vivir con miedo, sino un espacio que lo impulse, lo proteja y le permita florecer.

Es fundamental salir de nuestra visión adultocentrista y reconocer que las infancias son tan, o incluso más, ingeniosas que nosotros. Debemos crear mecanismos de participación que nos permitan comprender su cosmovisión y valorar sus ideas. Al hacerlo, no solo enriquecemos nuestras decisiones con su creatividad y perspectiva, sino que también fomentamos en ellas y ellos un sentido cívico y de pertenencia a su ciudad, su estado y su país.
Alrededor del mundo existen modelos urbanos innovadores que vale la pena estudiar y adaptar a nuestra realidad. Bogotá, por ejemplo, ha sido pionera con sus Manzanas del Cuidado, una iniciativa reconocida internacionalmente que en 2023 recibió el Premio Internacional de Guangzhou a la Innovación Urbana. Estos centros integrales brindan a las mujeres acceso a asesoría jurídica, atención psicológica, talleres de emprendimiento, acompañamiento educativo, consultas médicas y hasta un servicio de lavandería comunitaria. Un modelo que no solo impulsa el bienestar de las mujeres, sino que reestructura el tejido social y fomenta una ciudad más equitativa.

Otro caso emblemático es el de las supermanzanas en Barcelona, diseñadas para desincentivar el uso del automóvil y devolver el espacio urbano a peatones y ciclistas. Su implementación se realizó en dos fases: primero, con intervenciones de urbanismo táctico que delimitaron áreas de convivencia y espacios para la infancia; luego, con la consolidación de la infraestructura urbana de forma permanente. El resultado: 13 mil 350 metros cuadrados de espacio público recuperado para peatones, con más árboles, mobiliario urbano, áreas de juego, carriles bici y puntos de recarga para vehículos eléctricos. Además, la reducción del tráfico en un 58% ha disminuido significativamente los niveles de ruido diurno.

En Jalisco hemos procurado mantenernos a la vanguardia, recuperando buenas prácticas de ciudades latinoamericanas y adaptándolas a nuestro contexto. Un ejemplo de ello es la implementación del Bus Rapid Transit (BRT), inspirado en la exitosa experiencia de Curitiba. Este sistema busca transportar a más personas de forma rápida, cómoda y segura, optimizando la movilidad urbana y reduciendo la congestión vehicular.

Los ejemplos están ahí, respaldados por evidencia y con impactos positivos comprobados. Ahora es momento de actuar. Desde la oportunidad que hoy tengo al presidir la Comisión de Zonas Metropolitanas en la Cámara de Diputados, impulsaremos estos modelos a través de foros regionales enfocados en la mejora legislativa. Promoveremos buenas prácticas, difundiremos su potencial de replicabilidad y trabajaremos de la mano con los gobiernos locales y municipales para avanzar en la construcción del derecho a la ciudad.

Fuente: quierotv.mx

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