Por: Karla Doig Alvear
Cada tercer domingo de junio, se festeja el Día del Padre, conmemoración que surgió en 1909, cuando la estadounidense Sonora Smart Dodd se inspiró al escuchar el sermón del reverendo en la iglesia sobre el Día de las Madres, para cuestionarse sobre la carencia de un Día del Padre. Habiendo tenido el ejemplo de cómo su padre, el teniente Henry Jackson Smart, veterano de la Guerra Civil, se hizo cargo de sus hijas e hijos al morir su esposa en el parto de su sexto hijo, a pesar de la carencia de la figura materna, en la familia de Sonora no hizo faltó el amor, el cariño, la educación ni los cuidados, decidió iniciar un movimiento para dar visibilidad a la importancia de los padres en el tejido social y a recordar que crear un hogar no es una tarea unilateral exclusiva para las mujeres.
Con este trasfondo inspirador sobre esta festividad, casualmente esta semana escuché en los elevadores de las oficinas donde trabajo a un compañero que lucía radiante al platicar haber disfrutado de los 3 meses de licencia de paternidad que otorga el Poder Judicial desde la administración del entonces presidente ministro Arturo Zaldívar, para cuidar a su recién nacida. Además de compartir que ha tenido la oportunidad de alternar con su esposa la licencia para los dos contar con la responsabilidad y el gozo de crear una familia. Para mí, esto fue un claro ejemplo de que las cosas en el país están evolucionando en términos de igualdad y bienestar.
En los tiempos de mi papá las licencias de paternidad no eran una opción; los estereotipos de que el padre debe de ser el proveedor y de que las madres eran las cuidadoras por excelencia eran más arraigados, además de que la prohibición cultural que tienen los hombres de expresar sus sentimientos era todavía más radical. Imagínense la represión que sentían nuestros padres al no cumplir con esos canones, ¿con quién hablarían?, ¿qué red de apoyo tenían para sus dudas? En consecuencia, las madres en lo general han sido más cercanas con sus hijas e hijos; la mía era mi confidente, relación que he aprendido a reconstruir con mi papá ahora que ella no está, y situación en la que he encontrado un lado más vulnerable y sentimental en mi padre al que no estaba acostumbrada.
Así como yo, compañeras y compañeros de mi generación tenemos padres que han sufrido los prejuicios de una época en que las figuras masculinas se encontraban limitadas en su capacidad de convivir y establecer relaciones más profundas. Hemos construido estructuras sociales que hicieron mucho daño a nuestros propios padres y al tejido social mismo. Durante siglos se les inculcó que su lugar está afuera del hogar y que su valía radica en su capacidad de proveer económicamente. Afortunadamente, hoy las cosas están cambiando, hemos aprendido de las lecciones del pasado y cada vez vemos más padres deseosos de disfrutar tiempo con sus recién nacidos y con sus hijas e hijos mientras crecen.
En México el Día de las Madres es un día simbólico y cargado de significado; sin embargo, el Día del Padre todavía lucha por conseguir el mismo reconocimiento. Les invito a empezar a cambiar la narrativa social y avanzar en la lucha para crear un país de madres y padres, en donde ambos sean festejados con el mismo entusiasmo, ya que está comprobado que ambos pueden dar el mismo amor y cuidado.
Si queremos avanzar en un país más próspero e igualitario, tenemos que no solo atender las problemáticas en cuestión de las madres, sino también de los padres, para así caminar a una igualdad real y un México del bienestar. Falta todavía camino por recorrer para fomentar mejores paternidades. Si bien es cierto las licencias de paternidad son un gran paso, la importancia de generar conciencia, de tener políticas públicas que fomenten las responsabilidades compartidas, y de contar con nuestro ansiado sistema de cuidados coadyuvara a equilibrar la balanza para que tanto padre como madre se hagan responsables de los futuros niños y niñas y por ende se fortalezca la familia en México.
Fuente: eldebate.com